Un tebeo que es una película y aún así sigue siendo un tebeo. Un enorme tebeo. ‘Cenizas‘, el nuevo cómic de Álvaro Ortiz, es una ‘road movie’ emocional. Una historia con personajes que rebosan humanidad -¡qué carajo, hay hasta un mono que rebosa ‘monidad’!- y que tienen tanta fuerza y vida propia que podrían haber elegido vivir su aventura donde les hubiera dado la gana. Pero los protagonistas, Polly, Moho y Piter, habitaban en la mente de Ortiz, y el rollo de este zaragozano es el cómic. Él los pone en la carretera y lleva con ellos al lector por una autopista de emociones.

Las expectativas eran muchas. El proceso creativo de ‘Cenizas’ ha sido largo y lo hemos seguido con interés durante estos últimos meses (aquí, aquí o aquí, por ejemplo). Había incluso riesgo de ‘hype’. Pero no ha sido así. Toda la espera ha valido la pena. Y si no lo pensara así, servidor no estaría escribiendo estas líneas.

‘Cenizas’ cuenta la historia de Polly, Moho y Piter. Tras años sin verse, la última voluntad de su amigo Héctor les reúne para emprender un viaje hacía un incierto lugar que el muy puñetero fenecido dejó marcado con una cruz en un mapa. Montados en un coche de alquiler y acompañados por un mono, los tres colegas pondrán a prueba su amistad y se las verán con cowboys, moteles cutres, traficantes de drogas y muchas, muchas latas de cerveza…

Poco más se puede contar sin destripar un tebeo en el hay que disfrutar cada uno de sus pequeños detalles fascinantes que asaltan al lector en sus cerca de 2.000 viñetas, desde los cuadros que aparecen colgados en las paredes de las habitaciones hasta los nombres de los moteles de carretera.

‘Cenizas’ es un tebeo denso, con una concentración de viñetas apabullante -llega a haber 20 viñetas en algunas páginas-, que deja clara la obsesión de Ortiz por la cuadrícula. Esta elección formal encaja a la perfección con el espíritu del tebeo, que se sostiene en gran parte por conversaciones que fluyen de viñeta en viñeta. Además, cuando se amplía el plano el efecto sobre el lector es contundente.

Asombra lo mucho que transmite con pocos trazos, desde las expresiones de los personajes a los paisajes. En esto es importante el color. Ortiz pinta el cielo rosa, y logra que uno piense que es lo más natural del mundo. Como hiciera Paco Roca en ‘El invierno del dibujante’, el autor usa aquí páginas de distinta tonalidad con intención, en este caso para marcar historias paralelas. La cuidada edición de Astiberri, que ha seguido los criterios del autor, ayuda a resaltar el resultado.

Es un tópico, pero ‘Cenizas’ es la obra de madurez de Álvaro Ortiz. Sirva como ejemplo: Si en ‘Julia y la voz de la ballena’, su anterior obra larga, se veía la influencia de ‘Los Goonies’, aquí encontramos a Paul Auster o David Lynch. ¡Ojo! Maduro no significa ni aburrido ni serio y abundan los destellos de humor.

Llegar a la última página de ‘Cenizas’, salir a la calle y pensar que te puedes encontrar a Polly, Moho y Piter trasegando birras en el bar de la esquina. Que son de verdad. Álvaro lo ha hecho.